Interestelar: Sembrando la Duda en la Escuela


Mi mamá siempre ha dicho que yo no vendería un tamal ni en un derrumbe, y la verdad, no se equivoca del todo. Nunca he sido un gran emprendedor, pero si este proyecto que tengo en mi cabeza debe salir
a la luz, necesito aprender a venderlo. Y los primeros en los que debía despertar interés eran mis compañeros de trabajo.
Por eso, hoy los cité temprano, muy temprano. A las 5:30 de la mañana les envié un mensaje casi solemne:
“Compañeros, los espero en la sala de juntas a las seis de la mañana.”
La sala de juntas no es más que una mesa con 5 sillas, pero todos llegaron juiciosos. Quería darle un aire trascendental a la reunión, así que le pedí a Estefanía que leyera un fragmento de Emilio, de Rousseau. La parte donde se dice que de nada sirve enseñar a leer si no se despierta el interés del niño.
Después de eso, tomé la palabra.
Les conté que desde hace días les he venido preguntando qué los haría felices dentro de la escuela, porque hay una crisis educativa en Colombia. No una crisis de contenidos o metodologías, sino una crisis más profunda: la escuela está enseñando cosas obsoletas y los niños no son felices. Y si los niños no son felices en la escuela, es porque los maestros tampoco lo son.
Entonces les propuse algo: cada 15 días, durante 5 horas, cada uno de ellos trabajaría en la escuela lo que realmente le apasiona, con los niños que compartan su mismo interés.
La reacción fue increíble. Ana María, la profesora de preescolar, dijo que le gustaría trabajar con plantas. Laura, de primero, estaba incapacitada, pero su compañera Nasly me contó que a ella le encantaría hacer algo con los bailes. El profesor de cuarto, para mi sorpresa, dijo que quería hacer cine de terror, Nunca imaginé el cine en la escuela, pero luego pensé: claro, es un género literario, con actores, drama, suspenso… ¡podría funcionar!
La profesora de segundo habló de emprendimiento. La de quinto no dijo nada, pero entre líneas entendí que le gustaría trabajar con la cocina y la comida.
Ahí estaban, sobre la mesa, las cartas de cada uno.
Me preguntaron si era necesario llenar formatos. Les dije que no se preocuparan, que los formatos los llenaría yo, que ellos solo se dedicaran a hacer felices a los niños durante esas 5 horas. Se veían emocionados, pero también llenos de dudas.
Cada uno se fue a su salón con preguntas en la cabeza y yo me fui de viaje. Mientras salía de la escuela, pensé en todo lo que no les había dicho.
No les dije que el proyecto se llama Interestelar, porque nace de la combinación de “interés” y “telar”, pero también porque es un homenaje a mi hija. Cada vez que veo la película Interstellar, de Nohlan me acuerdo de ella.
Tampoco les dije que el próximo miércoles íbamos a socializar la idea con el resto de los docentes. Ni que esto no se trata solo de proyectos individuales, sino de algo más grande: que íbamos a transversalizar temas como inteligencia emocional, sobre racismo y sobre todas esas cosas que realmente importan en la escuela.
Se me quedaron muchas cosas por decir, pero al menos sembré la duda.
Y ahora, mis compañeros de trabajo se preguntan: ¿cómo ser felices dentro de la escuela?
Esa es la pregunta clave. Y ahí es donde todo comienza.


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